Tomás vive patas para arriba. Aunque en su mundo no hay arriba ni abajo. No hay antes ni después, no hay luz ni sombra. Se mueve como si volara, sueña como si lo hubiera visto todo y juega con nada, por el puro placer de jugar.
Un día imaginó un pingüino. Se sorprendió porque no sabía qué era un pingüino, pero estaba seguro de haberlo imaginado. Con los ojos cerrados, estiraba las manos y tocaba sus plumas suaves, su panza blanda y su pico frío.
-Sos suave y hermoso, le dijo Tomás.
-Soy un pingüino, respondió finalmente, ahuyentando toda duda.
-Tu piel es diferente a la mía, notó Tomás con cierta sorpresa.
-La mía está cubierta por plumas que me abrazan porque vivo en una playa con un mar muy frío, donde el cielo de la noche se llena de estrellas y de silencio.
-Aquí no hay cielo ni estrellas, pero puedo imaginarlas.
-Son mucho más bellas aún, dijo el pingüino, como si pudiera espiar en la mente de Tomás.
-¿Hay muchos como vos, allí donde vivís?
-Hay muchos como yo y millones diferentes a mí. El planeta Tierra, mi mundo, está poblado por todas las criaturas que puedan entrar en tus fantasías. Enormes, pequeñas, con pelos, con plumas, con escamas, que vuelan, que nadan, que corren a velocidades increíbles o se arrastran por el piso. El Rey de todos ellos es el animal más poderoso del mundo: el león.
-Cómo es un león? –se apuró a preguntar Tomás.
-Es una criatura con el color de la arena del desierto, una melena que parece un sol, ojos de oro y un rugido capaz de despertar a la luna.
-Puedo imaginarlo también, no necesito verlo, dijo Tomás autosuficiente.
-Hay dos cosas que no podrás imaginar, contestó el pingüino desafiante.
Un día imaginó un pingüino. Se sorprendió porque no sabía qué era un pingüino, pero estaba seguro de haberlo imaginado. Con los ojos cerrados, estiraba las manos y tocaba sus plumas suaves, su panza blanda y su pico frío.
-Sos suave y hermoso, le dijo Tomás.
-Soy un pingüino, respondió finalmente, ahuyentando toda duda.
-Tu piel es diferente a la mía, notó Tomás con cierta sorpresa.
-La mía está cubierta por plumas que me abrazan porque vivo en una playa con un mar muy frío, donde el cielo de la noche se llena de estrellas y de silencio.
-Aquí no hay cielo ni estrellas, pero puedo imaginarlas.
-Son mucho más bellas aún, dijo el pingüino, como si pudiera espiar en la mente de Tomás.
-¿Hay muchos como vos, allí donde vivís?
-Hay muchos como yo y millones diferentes a mí. El planeta Tierra, mi mundo, está poblado por todas las criaturas que puedan entrar en tus fantasías. Enormes, pequeñas, con pelos, con plumas, con escamas, que vuelan, que nadan, que corren a velocidades increíbles o se arrastran por el piso. El Rey de todos ellos es el animal más poderoso del mundo: el león.
-Cómo es un león? –se apuró a preguntar Tomás.
-Es una criatura con el color de la arena del desierto, una melena que parece un sol, ojos de oro y un rugido capaz de despertar a la luna.
-Puedo imaginarlo también, no necesito verlo, dijo Tomás autosuficiente.
-Hay dos cosas que no podrás imaginar, contestó el pingüino desafiante.
Tomás lo miró aceptando la provocación y el ave comenzó a hablar:
-No podés imaginar el aroma del café ni la textura de las uvas. El café te infla el alma por las mañanas, es el olor de un día nuevo, lleno de posibilidades. Es la sensación de que todo está por pasar. Las uvas son como ojos brillantes, dulces y ásperas a la vez, llenas de jugo y astringentes, blandas y turgentes.
Tomás frunció el ceño algo confundido.
-Querés probarlas? Invitó el pingüino.
-El niño bajó al mirada y dijo susurrando: tengo miedo de salir.
El ave se acercó y apoyó su cabeza en el hombro de Tomás que se tentó de apretar con sus manitos a esa criatura inexplicablemente suave.
El pingüino dijo: tengo bajo una aleta un gato rojo, que representa lo increíble y misterioso del mundo, es la promesa de un camino lleno de sorpresas maravillosas. Debajo de la otra aleta tengo a un ángel de piedra, es la fuerza de quien nos cuida y nos protege. Te los regalo. Son las dos únicas cosas que necesitás para salir a mi mundo: la ganas de descubrir y la confianza de quienes te aman.
-Cómo voy a encontrar el camino?
-Vas a escuchar la voz de tu papá llamándote y los latidos del corazón de tu mamá invitándote a tomar el chocolate caliente de su abrazo.
Tomás sonrió. El pingüino hizo como pudo para estirar su pico y devolver el gesto. Algo más-dijo el animalito- todos tenemos una misión en la Tierra, nunca la olvides, todos vamos allí a aprender y a disfrutar. Cuando tus días estén nublados, vas a buscar la luz de una enseñanza. Cuando estén soleados, vas a saber echarte como un gato en la terraza y que nada interrumpa la magia de la vida calentándote la cara.
Bienvenido.
A la autora de este cuento la encontrarán en www.planetaveronica.blogspot.com
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